Por qué los fracasos pueden fortalecernos al inicio de la carrera profesional

Quién apostamos que tendrá más éxito, ¿un joven científico que ha recibido una importante beca de investigación al comienzo de su carrera o uno al que se le ha denegado esa misma subvención?

La respuesta podría parecer obvia, dice Dashun Wang, profesor asociado de Gestión y Organizaciones en la Kellogg School of Management. Muchos de nosotros estamos convencidos de que el éxito engendra el éxito y que un revés, sobre todo a principios de la carrera, es una señal de que habrá más problemas en el futuro.

Sin embargo, quien tiene fe en el proverbio de que «lo que no mata fortalece» pensará que los científicos que fracasaron terminarán beneficiándose de ese contratiempo precoz.

“En tiempos difíciles —dice el profesor de Estrategia de la Kellogg Benjamin F. Jones— el único estoico consuelo que nos queda es la idea de que el fracaso nos hace más fuertes. ¿Pero, hay alguna prueba de que eso sea cierto?»

Según un nuevo estudio de Wang, Jones y Yang Wang, investigador postdoctoral de la Kellogg, los optimistas tienen la razón: un fracaso temprano puede conducir al éxito en el futuro. Es lo que sucedió con unos científicos que perdieron una cuantiosa beca de los National Institutes of Health (NIH) por un pequeño margen, pero terminaron publicando trabajos de más éxito que otros que ganaron la beca por un margen igualmente reducido. A la larga, dice Wang, «los perdedores terminaron siendo mejores».

Según el análisis realizado por el equipo de investigadores, tal vez fuese precisamente el hecho de experimentar un fracaso lo que estimuló a los frustrados científicos a superarse. Lo que no los mató los hizo más fuertes.

Este es un descubrimiento esperanzador para Wang, quien bromea diciendo que él se considera un gran experto en la materia, dada su «amplia experiencia de fracasos». De hecho, a él también le han sido denegadas numerosas becas… lo que por lo visto tal vez no sea un lastre tan grave después de todo.

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Medición del impacto de los reveses a principios de carrera

El equipo estudió un tipo de beca que otorgan los NIH llamada R01. El conjunto de datos abarcó las 778.219 solicitudes de beca recibidas por los Institutos entre 1990 y 2005.

Se decidieron por las subvenciones R01 por ser el tipo de beca más antigua y común que ofrecen los NIH y por la enorme importancia que tiene para los investigadores en ciencias biomédicas al inicio de su carrera. En algunas universidades, recibir una de estas becas (por un promedio de 1,3 millones de dólares) puede poner a un joven investigador en el camino directo hacia la titularidad.

El proceso de evaluación de los NIH también hacía que ese tipo de subvenciones fueran idóneas para el estudio. Cuando un investigador presenta una solicitud de beca a los NIH, un panel de expertos la examina y le asigna una puntuación numérica. Luego, según la cantidad de fondos disponibles, los NIH establecen un límite. Pueden decidir, por ejemplo, otorgar financiación a las solicitudes que hayan obtenido una puntuación en el percentil 15 superior y denegársela a las demás.

Este sistema permitió a los autores del estudio determinar con facilidad qué solicitudes por muy poco margen no habían conseguido la financiación (a las que denominaron las que “casi ganan”) y cuáles apenas habían superado el umbral (a las que denominaron las que “casi no ganan» la beca).

A continuación, compararon a los científicos de los dos grupos. Según múltiples criterios y desde la perspectiva de una carrera científica, ambos conjuntos de científicos eran extraordinariamente similares: «gemelos idénticos», afirma Wang. Cuando solicitaron la beca, habían estado trabajando en el campo durante la misma cantidad de tiempo y habían publicado más o menos el mismo número de trabajos, que habían sido citados aproximadamente la misma cantidad de veces.

En otras palabras, lo único que los diferenciaba significativamente a esas alturas de su carrera era que los que ganaron la beca por un estrecho margen habían recibido más de un millón de dólares de los NIH.

«Ahora—explica Wang–la pregunta era: ‘Y bien: ¿qué diferencia había entre los dos grupos al cabo de diez años en consecuencia?'».

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¿El fracaso fortalece?

Para averiguar la diferencia que había supuesto para la carrera de esos científicos el éxito o el fracaso a principios de su trayectoria, los investigadores analizaron las carreras de 623 científicos que no obtuvieron la beca y de 561 que sí la obtuvieron, ambos por un estrecho margen.

Lo primero que cabe destacar es que, a lo largo de los diez años siguientes, ambos grupos habían publicado trabajos a un ritmo similar, lo cual es de extrañar, ya que los científicos que obtuvieron la beca habían arrancado con ventaja gracias a los fondos recibidos de los NIH. Pero lo que es más sorprendente aún es que los científicos que no habían conseguido la beca habían publicado un número mayor de trabajos “de gran impacto» (es decir, situados entre el 5 % de trabajos más citados en un campo y año en particular). En los cinco años trascurridos desde la solicitud de fondos a los NIH, el 16,1 % de los trabajos publicados por los científicos que no obtuvieron la beca alcanzaron ese tipo de éxito, en comparación con el 13,3 % de las publicaciones del grupo de científicos que la obtuvieron.

A continuación, los investigadores quisieron precisar con exactitud por qué el grupo que no había ganado la beca había rendido más que el que la había ganado. Esto no era fácil de determinar, dado el número y la complejidad de los factores que influyen en una carrera científica.

La primera hipótesis que el equipo examinó, y la más significativa, fue que el hecho de no recibir la beca de los NIH hubiese surtido un «efecto de cribado»: que, básicamente, hubiera sido una barrera que obligó a los estudiantes más débiles a abandonar la profesión, lo que quería decir que, al cabo de un tiempo, los que quedaban en ella, a pesar de no haber conseguido la beca, eran los científicos más fuertes.

A primera vista, esta idea parecía razonable, ya que el equipo observó que había habido varios abandonos en el grupo de los que “casi ganan” a raíz de que se les denegara la beca. Observaron que el estudiante que no obtenía una beca R01 tenía un 12,6 % de probabilidades de desaparecer del programa de becas de los NIH en los próximos diez años: un fuerte indicio de que habían abandonado definitivamente la carrera de investigación.

Para que la comparación fuese más justa, el equipo repitió el análisis después de eliminar a los científicos becados por un estrecho margen cuyos trabajos rara vez habían tenido un gran impacto. Concretamente, eliminaron al 12,6 % de los más débiles de ese grupo —el mismo porcentaje que había abandonado la profesión en el grupo que no consiguió la beca— para poder comparar a los que suponían que eran los investigadores de mayor rendimiento en ambos grupos.

Pero el equipo constató que la desaparición de los más débiles por sí sola no bastaba para explicar el éxito de los científicos que habían perdido la beca por un estrecho margen: estos seguían publicando más artículos de fuerte impacto que los ganadores de la beca.

Wang y Jones evaluaron otras explicaciones: tal vez, razonaron, el mejor desempeño de los científicos que habían perdido la beca por muy poco margen se debía a que hubieran encontrado colaboradores más influyentes, o cambiado de institución, o comenzado a investigar un tema distinto, o se hubieran desplazado a un campo de investigación «candente».

Cuando procesaron los números, hallaron pruebas de que algunos científicos que no habían conseguido la beca habían empezado a estudiar «temas candentes», pero tampoco eso era suficiente para explicar la diferencia de rendimiento.

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Me tumban, pero me levanto otra vez

Una vez descartadas esas otras hipótesis, el equipo llegó a la conclusión de que el fracaso en sí bien podía ser la causa de la diferencia de rendimiento entre el grupo que por un estrecho margen no obtuvo la beca y el que sí la consiguió.

En otras palabras, en ausencia de un factor externo evidente que pueda explicar el éxito de los científicos decepcionados, es razonable pensar que la experiencia de la adversidad al final los hizo mejores, lo que confirma la creencia popular de que «lo que no mata fortalece».

Jones opina que este resultado es sumamente esperanzador. «Aconsejar perseverancia es muy común», dice. «Pero la idea de que uno saca algo valioso de la derrota y que sale de ella mejor es sorprendente y alentadora.»

Wang dice que le interesa saber aún más sobre el poder del fracaso. ¿Acaso es algo que se limita a las ciencias o también alcanzan el éxito los que sufren reveses en otros campos? ¿Existe alguna otra explicación para la diferencia de rendimiento que no haya podido verificar a partir de los datos que tenía a su disposición? (Tal vez, bromea, todos los del grupo que “casi ganan” simplemente decidieron levantarse todos los días media hora más temprano. «No tengo manera de saber si eso fue lo que pasó», dice).

Para Wang, hay algo profundo en la idea de que el fracaso puede, paradójicamente, engendrar el éxito. Es una exhortación, para él y para todos, a no darse por vencido.

«Yo me valgo mucho de este descubrimiento en estos tiempos porque, como ya dije, soy una especie de fracaso diario», afirma. (Nota del director: el estado de Wang como «fracaso diario» no ha podido ser confirmado por fuentes externas). Cuando algo se le hace difícil, ahora sabe que es posible que termine haciéndolo mejor que su otro yo, «el Dashun del universo alternativo», que ya lo ha logrado… siempre y cuando no ceje en su empeño.

«El fracaso es desolador —dice—, pero también puede ser un gran aliciente para las personas”.

**Previamente publicado en Kellogg Insight. Reproducido con la autorización de Kellogg School of Management**

Foto: Unsplash.com

Un estudio a jóvenes científicos a los que se les denegaron becas de investigación ofrece un buen ejemplo de por qué nunca debemos darnos por vencidos.

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